martes, 16 de diciembre de 2014

EL ANÁLISIS LÉXICO EN LOS DICCIONARIOS

Rafael del Moral

Immaculada Fábregas



EL ANÁLISIS LÉXICO
EN LOS
DICCIONARIOS






L
as palabras que aparecen en la conversación apenas son un cinco por ciento del patrimonio léxico de la lengua. Nuestra memoria podría almacenar más, pero no las necesita. Quienes necesitan especializar su vocabulario, lo incrementan, pero siempre muy por debajo de las posibilidades que ofrecen los repertorios, es decir los diccionarios.
Las palabras, además, están en continuo cambio. Mientras unas desaparecen, otras nacen sin tener garantía de permanencia. Algunas, la mayoría, tienen una vida efímera mientras otras, las más usadas, las que forman parte de la vida diaria, los pronombres, las preposiciones, los nombres de los objetos inmediatos, los verbos elementales, prolongan indefinidamente su existencia sin riesgos de cambio.
El Diccionario del español actual de Manuel Seco, una de las obras más ambiciosas de los últimos años, contiene 95.000 voces; parecida colección aparece en la tercera edición del Diccionario de Uso de María Moliner, unas 91.000. Y sabemos que para la vida diaria unas mil pueden ser suficientes, mientras que las conversaciones exigentes no superan cinco mil.
No es tan importante la cantidad de patrimonio léxico como la capacidad para crear nuevos términos. Cualquier lengua moderna dispone de medios para inventar tantas cuantas necesite. Pero como las lenguas son sabias, si no las precisa, no las fabrica.
Los lingüistas se interesan por los repertorios que recogen palabras y expresiones que pueden estar en boca de la generalidad de los hablantes.  Los llaman diccionarios de la lengua. Además de los diccionarios generales o normativos, los bilingües, los de sinónimos, los etimológicos y los de rimas o de dudas se ocupan de otras parcelas de la lengua. Pertenecen a otros especialistas los repertorios que se concentran en asuntos técnicos o propios de un determinado campo.
El primer lingüista interesado en hacer un repertorio de palabras de la lengua española fue Antonio de Nebrija. Lo elaboró cuando el español solo era la lengua de Castilla, en el año 1495. Aquella pionera  colección de palabras sin más intención que relacionarlas con el latín no era un diccionario normativo, sino bilingüe titulado en latín: Dictionarium latinum-hispanum et hispanum-latinum.
La historia propia de la lexicografía de la lengua española había de iniciarse más de un siglo después, en el año 1611 cuando su autor, Sebastián de Covarrubias, sacerdote y canónigo de la catedral de Cuenca, publicó el Tesoro de la lengua castellana. Frisaba la edad del lexicólogo los setenta y dos años. Sebastián de Covarrubias y Orozco legó una interesante obra que hoy sirve para conocer e interpretar el léxico del siglo de oro. Nadie se había ocupado antes de censar las palabras castellanas. No tuvo ocasión de revisar su obra porque murió dos años después de publicarla. A pesar del tiempo transcurrido Covarrubias sigue recibiendo profundos elogios.
Esa tendencia de los lexicólogos españoles a publicar su obra y desaparecer antes de comprobar su alcance parece una constante en la historia. La misma suerte corrieron, siglos después, Julio Casares y María Moliner. A este principio añadiremos otro: los grandes repertorios de palabras son el resultado de una labor personal, o de una impronta única, exclusiva, de una mirada individual.
Si consideramos, con Ferdinand de Saussure, que las palabras son la íntima unión de un significado con un significante, clasificaremos los diccionarios en dos tipos, los semasiológicos, que son los que pretenden darnos significados para los significantes o palabras, y los onomasiológicos, que son los que nos ofrecen palabras para un determinado significado o campo semántico.
En el ámbito de los primeros, distinguiremos entre los diccionarios de autoridades, en los que las entradas aparecen apoyadas con citas de escritores o publicaciones periódicas, y los normativos, más interesados en plasmar el campo justo del significado con procedimientos de anclaje, con ejemplos no necesariamente buscados en textos literarios. Estos últimos, como es sabido, son los más populares. Los llamaremos diccionarios normativos o diccionarios semasiológicos. En ellos las palabras aparecen alfabetizadas, y junto a ellas una definición, con independencia de que añadan o no otro tipo de informaciones. Se distancian de los diccionarios onomasiológicos, también llamados ideológicos, lógicos, temáticos, e incluso podrían llamarse conceptuales. En ellos buscamos, por diversos procedimientos, palabras o expresiones.


1. DICCIONARIOS SEMASIOLÓGICOS
Son, como ya se ha dicho, aquellos en los que, junto al lema, encontramos una o varias definiciones o acepciones, y algunas informaciones complementarias.

El Diccionario de la Real Academia Española
La primera edición del Diccionario de la Academia vio la luz en 1780. Desde su puesto de referencia para todos los hablantes de español hoy lo conocemos por sus siglas, D.R.A.E. La vigésima primera edición apareció, como exigía la fecha aniversario, en 1992, y la última, la vigésima segunda, en el 2003. Cuenta con unas 88.500 entradas o lemas. Unos 11.500 son novedades léxicas, entre ellas zapear, liposucción o videojuego, y desaparecen, porque realmente han muerto, otras seis mil. En su voluntad de renovación y para un mejor reflejo de la realidad lingüística universal, añade numerosas marcas de americanismos.
El DRAE es el resultado de una acción colectiva que implica a centenares de investigadores. Es deber y compromiso de los académicos recoger los términos del español de todos. La selección de palabras, el listado de acepciones sirve de referencia a los hablantes, pone solución a las dudas y zanja discusiones.
El mérito de la labor de la Real Academia de la Lengua en los últimos años está en su voluntad de no trabajar aislada de la realidad de variedades de uso que el español experimenta en los lugares del mundo donde se habla. Esta tendencia a la unidad se inició en la mitad del siglo XX, en 1951, en México. Allí se constituyó la Asociación de Academias de la Lengua Española, que agrupa 22 organismos de protección, entre ellos la española, la filipina, la norteamericana y todas las hispanoamericanas. Su misión es trabajar en pro de la unidad, pero también de la diversidad. La primera Academia americana que se fundó fue la de Colombia, en 1871. La última ha sido la Norteamericana 1973.

El Diccionario de uso de la lengua española de María Moliner
Aunque la Academia se alimenta de un fornido cúmulo de instrumentos para sus ediciones, aunque los colaboradores realizan el trabajo sistemático y no sistemático, aunque cuentan con los medios técnicos más modernos a su alcance, resulta que el diccionario de una funcionaria destinada en bibliotecas compite hoy con los centenares de académicos que han colaborado en el DRAE una generación tras otra.
María Moliner Ruiz no pertenece exactamente a la generación de Julio Casares, que es anterior, ni siquiera a la de los lingüistas del siglo XX, ni a las clases académicas, ni al cuerpo docente, pero sí a ese reducido grupo de personas decididas, tenaces, capaces de cultivar con mimo y esmero el mundo intelectual. Mujer sencillamente interesada, y para muchos marcadamente natural y franca, al igual que otros lexicólogos dedicó buena parte de su vida a la redacción de su Diccionario de uso del español que publicó a los sesenta y seis años de edad. Casares lo había hecho a los sesenta y cuatro y el lingüista inglés Roget, el autor único del diccionario más vendido en la historia de los libros, a los setenta y tres. Todas son obras de madurez, que es, como dijimos, cuando se han agitado, ajustado y acomodado las palabras multitud de veces en lecturas y conversaciones; que es cuando la mente se encuentra en plenitud léxica. Uno no acaba nunca de aprender palabras. Pues bien, la obra de María Moliner es, una vez más, el resultado de una serie de circunstancias a veces favorables, a veces adversas, pero en una detenida lectura de la biografía de la autora parece como si la adversidad hubiera contribuido a un mejor logro de sus objetivos. Las grandes obras individuales no son el resultado de una minuciosa programación, sino el alumbramiento, la conjunción de un abanico de eventos entre los que el trabajo, la inteligencia y la paciencia ocupan un lugar de privilegio. Y si exceptuamos a Julio Casares, que, a pesar de las duras circunstancias de la guerra civil se llenó de gloria y reconocimiento en vida, Roget y Moliner, en siglos y circunstancias distintas, murieron sin imaginarse siquiera la dimensión que habían de alcanzar sus obras.
Algunas preguntas parecen de especial interés: ¿Por qué es tan importante El diccionario de uso de María Moliner en el campo de la lexicografía? ¿Cómo aunó esfuerzos e inteligencia para un libro tan necesario, tan revelador, tan equilibrado en sus formas, en su consulta, tan completo en su estudio y tan fundado?
En la personalidad de la investigadora coinciden las tres características necesarias para la elaboración de un trabajo como el suyo: el acoplamiento familiar y formativo, la capacidad para captar las necesidades y ajustarlas con tanta inteligencia como humildad, y las circunstancias propicias, el ambiente necesario para la creación del mito. Hija y nieta de médico rural, tiene a su alcance la fina y delicada educación de una familia privilegiada. Aunque nació en Paniza, provincia de Zaragoza, en la comunidad de Aragón, a la vez que el siglo veinte, a los dos años ya residía en Madrid. Su familia además, según todos los indicios, tenía sólidas raíces asentadas en una tradición liberal, y tanto ella como sus dos hermanos estudiaron en la Institución Libre de Enseñanza, cuna de ilustres sabios del siglo.
Perteneció a una de las primeras generaciones de mujeres universitarias. Estudió Filosofía y Letras, sección de Historia, también única especialidad de la universidad de Zaragoza. Y en cuanto termina la licenciatura, busca, a la temprana edad de veintidós años, el acomodo más conveniente para su estabilidad: una plaza de funcionaria, ganada por oposición, en el cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos.
Entre 1922, que empieza a trabajar como funcionaria, y 1970, año en que se jubila (los años coinciden con su edad), a María Moliner nadie la conoce por otro oficio que el de bibliotecaria. Primero en el archivo de Simancas, después en Murcia, Valencia y luego, en su traslado a Madrid para acercarse a su marido, como bibliotecaria de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales. No sabemos ni cuándo ni por qué inició la elaboración de su legado. Pero sí conocemos sus instrumentos: una máquina de escribir, un lápiz y una goma. Y sus carencias: nunca dispuso de un privilegio universitario, ni académico, ni ayudas institucionales, ni becarios. Nunca recibió favor alguno que le permitiera desarrollar sus búsquedas, esa clasificación tan ajustada, esas palabras y expresiones tan propias. El hecho es que en 1966 la editorial Gredos, editorial de la Academia, publicó el primer volumen del Diccionario de uso del español, y un año después el segundo. La obra produjo cierta sorpresa en los ambientes universitarios por varios motivos:
1. En primer lugar ofrece todo lo que figura en el Diccionario de la Academia, y se aleja de él en el uso de una redacción más cercana a cualquier lector, para ello se distancia agradablemente del tono doctoral y encumbrado de los académicos.
2. La Academia recurre con excesiva insistencia a la definición en círculo vicioso: amparar se explica como «favorecer, proteger»; favorecer, como «ayudar, amparar, socorrer»; proteger como «amparar, favorecer, defender»; defender como «amparar, librar, proteger»; ayudar, como «auxiliar, socorrer»; auxiliar, como «dar auxilio»; auxilio, como «ayuda, socorro, amparo»; y así sucesivamente. Moliner decide romper este juego, habitual ya en los lexicógrafos sumisos al modelo académico. No sólo evita la definición circular, para lo cual inventa una jerarquía lógica de los conceptos, sino que desmonta una por una todas las definiciones y las vuelve a redactar en español del siglo XX, y les da en muchos casos la precisión que les faltaba. Es decir, supera a la Academia en facilidad hacia el usuario, en llaneza en las definiciones.
3. Consciente de la necesidad de informar sobre la familia de las palabras, añade su parentesco, es decir, la  línea familiar hereditaria o familia léxica. De esta manera nos dice que los hijos o nietos de la palabra calor, pongamos por caso, son: caloría, caloricidad, calurosamente, caluroso, calorífero, calorífugo, calorimetría y calorímetro.
4. También informa de los primos hermanos de las voces, y de sus primos lejanos, y ofrece todo un campo de parentesco o campo asociativo.
En resumen, en la misma entrada encontramos el origen, el significado, la línea familiar hereditaria y los parentescos. Y se detiene a darnos algunos ejemplos de frases donde la palabra aparece en su contexto. Es decir, los diccionarios de la Academia y, en gran medida, el de su antecesor Julio Casares. Añadiremos una característica más que no contemplaba la Academia: la distinción de dos grandes niveles dentro del léxico, el de las palabras y acepciones usuales, y las no usuales, diferenciadas por medios tipográficos.
El Diccionario de uso del español se reimprimió dos veces en cinco años y, a mediados de los años noventa, la editorial Gredos reunió a un grupo de expertos para su actualización, de manera que, en 1998, un año antes de la Ortografía y la Gramática Descriptiva, la misma editorial publicó la segunda edición del Diccionario de uso del español. Esta nueva versión demuestra un intento renovador. La lengua es algo vivo y los diccionarios deben reflejar el uso que los hablantes hacen de las palabras. En su afán de renovación, la recientísima tercera edición la han completado un grupo de expertos dirigidos por un editor, Joaquín Dacosta.

Diccionario de uso del español actual. Clave. Dirigido por Concha Maldonado
Son muchas las editoriales que construyen su propio diccionario, especialmente los dedicados a los escolares. Se basan, sistemáticamente, en el de la Academia, que es el que marca el uso. Ninguna prescinde, sin embargo, del Moliner. La dimensión que la enseñanza de la lengua española ha tomado en el mundo hace que la publicación de diccionarios sea, además de una actividad deseada y muy rentable.
En ese esfuerzo por mejorar la exposición y pulir la información y presentarla de manera atractiva destacamos la labor de Concha Maldonado. El diccionario Clave, de 1997 para su primera edición y 2006 para la segunda,  explica y matiza, resuelve dudas de pronunciación, recoge las palabras y expresiones vivas, se acerca al habla cotidiana y a las nuevas tecnologías: bluetooth (que el español, reacio a la pronunciación sonora de la interdental, pronuncia como puede: blutu, butus..), blog, spam, chateo, wifi…; del mundo de la economía: euríbor, ibex..., y también incluye siglas de uso habitual en la lengua del tipo ONG (organización no gubernamental), o ETT (empresa de trabajo temporal), o incluso en inglés, SMS (Short Message Service o Servicio de Mensajes Cortos).
Se trata de un diccionario menor, por su extensión y no por su contenido. Un diccionario en formato manejable, con tipografía moderna y útil y de gran concisión. Ofrece además un CD con una presentación atractiva, y lo más interesante, con gran claridad e inteligencia.

2. DICCIONARIOS de AUTORIDADES
Si una entrada es refrendada por escritores de prestigio, y aparecen los contextos en que ha sido utilizada, estamos ante un diccionario de autoridades. Tres importantes diccionarios de autoridades para la historia de la lexicografía: el clásico de la Real Academia, el del español actual de Manuel Seco y el Panhispánico de dudas.

El diccionario de Autoridades de la Real Academia
La Real Academia Española publicó su Diccionario de Autoridades en cinco volúmenes entre los años 1726 y 1739. Más de un siglo antes, en 1612, una sociedad literaria fundada en Florencia, precursora en los estudios lexicográficos modernos, había publicado el Vocabulario degli Accademici della Crusca,  basado en la lengua literaria empleada por Dante, Petrarca, Boccaccio, autores  italianos del siglo XIV. Sirvió como modelo para los grandes vocabularios europeos de los siglos XVII y XVIII. El año de referencia para la lengua inglesa es el de 1604, y su primer diccionario monolingüe, A Table Alphabeticall, de Robert Cawdrey. Y para la lengua francesa, la Academia Gala impulsó la publicación del Dictionnaire de la langue française en 1694.
El Diccionario de Autoridades se alzó pues para el castellano como el manual de referencia lexicográfica. Los términos que allí aparecieron estaban autorizados con al menos tres citas del uso que de ellos habían hecho las principales autoridades literarias españolas. Incluye todas las palabras de uso común así como algunos términos científicos, y prescinde de las etimologías que se consideraban dudosas. La Academia fija así el idioma común, depura los usos torcidos o desviados, y especialmente los galicismos que se habían introducido en años anteriores.



El Diccionario del Español Actual de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramo
Manuel Seco Reymundo nació en Madrid en 1928 en el seno de una familia acomodada. Su padre, Rafael Seco, redactó una interesante gramática de la lengua española. Seco es doctor en Filología Románica y redactor-jefe del seminario de Lexicografía de la Real Academia Española. En 1999, a la edad de 71 años, un año menos de los que Covarrubias tenía cuando terminó su obra, publicó, en autoría compartida, su Diccionario del Español Actual.
La obra se desliza en 4.600 páginas, 75.000 entradas o lemas y 141.000 acepciones. Su valor, sin embargo, no está ahí, sino en haber conseguido llegar a ser, según todos los indicios, un Diccionario de Autoridades moderno. Contiene, si nos fiamos de la propaganda editorial, 200.000 citas del uso vivo del español de nuestro tiempo, de testimonios auténticos escritos de la lengua española para los que han servido más de 1.600 libros e impresos de todo género, y miles de números de publicaciones periódicas.
El diccionario de Seco viene a ocupar para el español un quehacer pendiente.
Nuestra lengua hermana, el francés, dispone, desde 1873, de un extensísimo diccionario de autoridades, en cinco volúmenes redactado por un verdadero entusiasta del trabajo minucioso, Emile Littré, y llamado sencillamente Dictionnaire de la langue française. La cantidad de referencias que ilustran cada una de las entradas es inmensa. Cuando el lector revisa, lee y relee tantas citas estéticas, literarias, seleccionadas con tanta esquisitez, se apropia del universo de la palabra de manera tan inesperada como placentera. Este nivel de redacción y estilo sólo es comparable con una obra de equipo, el Oxford English Dictionary (1895), sin duda uno de los mejores diccionarios que existen de una lengua occidental, con cerca de dos millones y medio de citas de escritores en lengua inglesa de todos los tiempos.
Frente a estas dos monumentales obras, sin embargo, la consulta del Seco satisface. Las definiciones son ajustadas y breves y las citas adecuadas al mundo de hoy, modernas.

El Diccionario Panhispánico de Dudas
En el año 2004 apareció el diccionario panhispánico de dudas refrendado por todas las academias de la lengua española. Unos años antes, en 1998, había aparecido la ortografía consensuada, un logro al que no ha llegado ninguna de las cuatro lenguas mayores de la humanidad, y tampoco lenguas de tanto prestigio como el francés.
Se discutió el adjetivo panhispánico, es decir, todo lo hispánico o relacionado con los pueblos y gentes que hablan español. Con independencia del efecto del nombre, el volumen tiene la habilidad de llegar a rincones léxicos insospechados y dar soluciones a términos de los que el hablante puede dudar. Gracia an trabajo en equipo, tiene la habilidad de incluir un amplio índice de autores contemporáneos en los que el lexicógrafo se apoya para sostener el uso de la palabra. Evita así términos locales y vulgarismos cuyo uso y persistencia en la lengua no están garantizados.
3. DICCIONARIOS ONOMASIOLÓGICOS
En los diccionarios onomasiológicos o de significantes, partimos, como es sabido, de un significado, que también recordamos o sugerimos mediante una palabra, y lo rellenamos con otras que, como en las ramas de un árbol, se desplazan hacia el exterior. No son muchas las lenguas que desarrollan este tipo de repertorios, ni tampoco los usuarios que se acercan a tan particular y necesaria búsqueda porque los hablantes sienten mucho más la necesitad de buscar significados que de localizar palabras. Son sin embargo estos repertorios léxicos particularmente útiles en el aprendizaje de las lenguas, especialmente en el desarrollo y ampliación del léxico.
Una lengua tan importante como el latín no se interesó en su larga historia por una clasificación sistemática de su léxico. Pero sí lo hizo el griego con un título que no necesita explicaciones porque seguimos utilizando sus raíces. Se llama Onomasticón, que expresado en  español moderno sería algo así como Libro que sirve para localizar el nombre de las cosas. Su autor fue Julius Pólux, lingüista nacido en Nauratis, Egipto, hacia el año 135, que vivió unos cincuenta y siete años y murió en Atenas. Fue el primer intento occidental por construir un vocabulario ajeno a las exigencias del orden alfabético, y ajustado a los significados de las palabras. Encontró que la división en diez partes se ajustaba a su visión de los conceptos y cosas que era necesario denominar en el mundo del inglés de entonces, es decir, de la lengua en que más se extendía la cultura, que era el griego. Sus series de palabras análogas siguen hoy sirviendo como principio de estudio.
El interés por este tipo de información cayó en el olvido, como tantos otros asuntos relacionados con el conocimiento científico, durante muchos siglos, hasta que nació en Londres, en 1779, Peter Mark Roget. Roget no era sino un lingüista aficionado. Su única profesión fue la medicina, y a eso dedicó su vida activa. Una vez retirado, a la madura edad de 61 años, recuperó un pequeño trabajo de juventud, una clasificación de palabras por conceptos que había realizado con veintitantos años por mero placer estético, como quien se entretiene completando un crucigrama. Había dejado aquellos apuntes guardados en cualquier cajón y una vez abandonada su vida profesional les quitó el polvo y dedicó todo su tiempo y concentración a organizar y ensanchar aquella base léxica, hasta conseguir, once años después, una clasificación de palabras que publicó en 1852 con un título grandilocuente: Tesoro de las palabras y las frases de la lengua inglesa clasificadas para facilitar la expresión de las ideas y como ayuda en la composición literaria. Su libro, en efecto, es una colección de palabras sin explicación alguna. Sus significados son deducidos por los hablantes ingleses en función de sus conocimientos, a los que añaden los de las palabras vecinas.
Peter Mark Roget murió a los noventa años sin conocer la segunda edición de su Thesaurus ni sin imaginarse que se editaría más de sesenta veces, que se extendería, acompañando a la propagación de la lengua inglesa, por todo el mundo, que se actualizaría en más de cincuenta ocasiones, que se venderían más de treinta millones de ejemplares, y que sería un compañero indispensable en muchas generaciones de oradores y escritores anglófonos. Hoy, reconocido como un clásico y difundido en baratísimas ediciones de bolsillo, ocupa un lugar el las estanterías de la mayoría de los hogares británicos, estadounidenses, australianos y de todo el mundo y es considerado como uno de los diccionarios de referencia más importantes de la lengua más universal del planeta, el inglés. La clasificación de palabras de Peter Mark Roget ha superado con incuestionable éxito el test del tiempo y se ha mostrado capaz de absorber los nuevos conceptos y el vocabulario técnico con la estructura que él ideó. Sucesivos editores han conseguido que hoy sea indispensable en el moderno uso de la lengua vehicular de la humanidad. En cualquier librería del mundo, no solo de dominios anglófonos, que tenga un mínimo espacio dedicado a los estudiantes ingleses, allí está el Tesoro de las palabras y frases del inglés a disposición del interesado.El Roget fue traducido al francés, o mejor dicho, versionado, sin alterar sus estructuras.  

El Diccionario ideológico de Julio Casares
Julio Casares Sánchez nació en Granada veintitrés años antes que María Moliner, en 1877, y murió en 1964, diecisiete años antes que ella. La historia lo conocerá y recordará por su original legado, recogido en un espléndido trabajo lexicográfico, su famoso Diccionario Ideológico de la lengua española, que compagina rigor y amenidad dentro de un nuevo concepto de abordar el estudio de los significados de las palabras, y las relaciones de afinidad establecidas entre ellas. Interesa detenerse en algunos rasgos de la vida de Casares. Estudió derecho pero, como haría después María Moliner, preparó unas oposiciones para ser funcionario en el ministerio de Estado.
Interesado por las lenguas orientales, y estudioso por libre de las mismas, fue nombrado agregado cultural en la embajada de España en Tokio. Le interesaba el japonés, pero también el fenómeno lingüístico. De regreso a Madrid cultivó los círculos intelectuales, escribió ensayos y artículos relacionados con la lengua y la literatura, ganó prestigio intelectual y, en su progresivo ascenso en puestos de la administración, fue nombrado delegado de España en la Sociedad de Naciones, con sede en Ginebra, y más tarde miembro de la Real Academia Española, y luego, en 1936, secretario perpetuo de la misma. Desde tan privilegiado puesto, presentó en numerosas ocasiones el proyecto de elaborar un Diccionario Ideológico de la lengua española. No creyeron en él. Los ancianos académicos se mostraron tan reacios a acometerlo como a incorporar algunas de las propuestas metodológicas del intelectual granadino a las técnicas lexicográficas tradicionales que regulaban la revisión periódica del diccionario académico oficial.
Ante la falta del entusiasmo de sus compañeros, Julio Casares emprendió por cuenta propia la redacción de su proyecto. Lo publicó en 1942 con el ya clásico título de Diccionario ideológico de la lengua española. Aquella primera edición estaba plagada de errores, subsanados en las posteriores, hasta la definitiva, que quedó anclada en 1959. Casares había tenido la ocasión de conocer los grandes diccionarios ideológicos que enriquecían la lexicografía inglesa, francesa y alemana sembrada por Roget. Dividió su diccionario en tres partes. La tercera, la más extensa, no ofrece novedad alguna: es un mero listado de palabras alfabéticas a las que se añade su significado. La primera, que él llama parte sinóptica, es una atractiva clasificación de ideas en cuarenta páginas, pero exenta de utilidad. La central, la llamada parte analógica, recoge en unas 500 páginas su verdadera aportación al estudio del léxico. Pero a diferencia de las obras europeas, Casares no se atrevió a abordar el revolucionario orden semántico o lógico, o de significados, y, más conservador que sus colegas ingleses, se refugió en el alfabético. El lector, sin embargo, puede partir de su propia competencia lingüística, es decir, de las ideas que ya se ha forjado acerca de una cosa, para llegar a todas las palabras que la designan o que tienen alguna relación de significado con ella. Este procedimiento permite, entre otras innovaciones, localizar una palabra desconocida a partir de una idea aproximada del concepto general que se busca; hallar palabras similares a las que se investigan, pero más precisas y exactas que las originariamente concebidas; manejar toda la gama sinonímica de una idea o concepto y, en general, y tener acceso a todo el vocabulario que integra el campo semántico de una voz.
Mark Roget clasificó de manera lógica 980 conceptos, es decir, listados de palabras o artículos, que él inicia con un lema o palabra clave y luego desarrolla. En su orden evoca, palabra a palabra, un abanico de imágenes, de sugerencias, de valoraciones. La palabra boda, por ejemplo, elevada a la categoría de concepto general dentro de la lengua, es la número 894 de sus entradas, pero en su contenido aparecen, en grupitos, todas aquellas relacionadas: las que denominan a los enamorados, las que aluden a los tipos de bodas, las que designan los grados de parentesco, las que se refieren a las situaciones de la ceremonia, las expresiones… Y así hasta un total de unas trescientas.
Casares, que se inspira en él, ofrece algo parecido, pero en orden alfabético, y no cuenta con 980 conceptos en orden lógico, sino con 2.000. El inconveniente de la alfabetización es que necesariamente los significados están aislados. Sin embargo, Julio Casares da con cierto desorden las voces, seguidas de las sinonimias, analogías, antítesis y referencias y ofrece un metódico inventario del inmenso caudal de palabras que por desconocidas u olvidadas no nos prestan servicio alguno. Pero lo que destaca, lo que dignifica al diccionario de Casares es que ha reunido las palabras del español en torno a una de las 2.000 ideas que él concibe, el doble de Roget. Casares murió con casi noventa años, y como tantos intelectuales del siglo XX que han dedicado su vida a la investigación, pasó su vida concentrado en la lingüística y, en concreto, a las palabras.

El Diccionario de ideas afines de Fernando Corripio
Fernando Corripio Pérez nació en Madrid en 1928. Estudió Filología inglesa, pero trabajó en la marina mercante y luego como traductor. Publicó un Diccionario de sinónimos y antónimos de la lengua española que le sirvió de base para la redacción definitiva de su Diccionario de ideas afines a la edad de 67 años. El libro contiene 400.000 palabras ordenadas, pero también repetidas hasta la saciedad por las exigencias de la presentación alfabética.   
Corría el año 1985 cuando apareció su compendio léxico basado, principalmente, en la relación hiperónimo o palabra de mayor valor significativo e hipónimo o palabra de significado contenido en el hiperónimo. Murió ocho años después sin actualizar su obra. Desde su modestia, sin que nadie lo recomendara especialmente, porque Fernando Corripio ni era académico ni profesor universitario, alcanzó una extraordinaria difusión y uso. Recientemente ha sido actualizado y resulta de un enorme atractivo como diccionario conceptual. Corripio ofrece torrentes de palabras agazapadas, seguidas, conectadas, palabras que despiertan un abanico de posibilidades. Como la ordenación del lema es alfabética, necesita incorporar entradas sin más desarrollo que unos cuantos sinónimos. Rinde así su trabajo al método de búsqueda conocido por el usuario. Para acercarse con rapidez y eficacia a sus largos estudios, su diccionario resulta un problema. Roget necesita tantas páginas para el índice como para el cuerpo. Ofrece así un estudio que necesita de la alfabetización para la búsqueda. La verdadera aportación de Corripio, en definitiva, se concentra en sus 3.000 artículos básicos, que vienen a ser, incrustados en el revuelto alfabético, las necesidades de la organización de nuestro mundo de conceptos. Si no fuera por este problema, el Corripio sería un excelente diccionario ideológico o conceptual.

El Diccionario combinatorio del español contemporá­neo (Redes), y el Diccionario combinatorio práctico del español contemporáneo. Dirigido por Ignacio Bosque
Formado en la Universidad Autónoma de Madrid y profesor posteriormente en la Universidad Complutense, Igna­cio Bosque, nacido en 1945, es actualmente Secretario General de la Real Academia Española, el mismo cargo que tuvo Casares y Seco, sus lexicógrafos anteriores. Pero, a diferencia de sus antecesores, eligió el trabajo en equipo dirigido por él mismo. Se rodeó de dieciséis colaboradores financiados por los proyectos de investigación universitaria, y otros ocho puestos a su disposición por la editorial S.M. Fruto de aquella investigación nació el Diccionario Combinatorio de la Lengua Española, difundido con el nombre de REDES. Una labor llevada a cabo a través de un corpus de textos modernos minuciosamente trabajados. El resultado fue un denso y riguroso volumen. Dos años después, Ignacio Bosque, incansable, también como director de un equipo, sacó, en la misma editorial, un volumen tres veces inferior a Redes en extensión y cuatro veces más rico en combinaciones. Este último, Práctico, tiene 14.000 entradas.
El resultado es atractivo, y especialmente útil para todo tipo de interesados en las palabras. Conocemos las combinaciones, pero cuando los vemos en su entrada correspondiente nos sentimos agradecidos por el descubrimiento. El primero, REDES, supera al segundo en rigor, citas, en apoyos cultos, en trabajo científico, y en número de páginas; el segundo, PRÁCTICO, supera al primero en combinaciones, en síntesis, en eficacia y en rápida información.

El Atlas Léxico de la  Lengua Española de R. del Moral
El Atlas léxico de la lengua española nació con la intención de reflejar el lugar que le corresponde a cada una de las palabras y expresiones de nuestro patrimonio léxico activo, del conocido aunque nunca usado, y del repartido por los dominios de nuestro idioma. Para ello presenta a la vez, informa al tiempo tanto de significantes o palabras y expresiones como de significados o conceptos. Fue ideado como un instrumento de trabajo tan útil como ameno, práctico para los cientos de millones de usuarios del español repartidos por el mundo, y también para los que se acercan interesados.
La lengua española tenía la necesidad de quedar reflejada en una clasificación léxica dispuesta en orden lógico, por significados colindantes, y que huyera del orden alfabético, que apareciera clasificada en campos y sub-campos para dar cabida a compartimentos o celdas capaces de albergar a los términos de las últimas décadas. Este diccionario conceptual de campos semánticos responde al afán de fotografiar el patrimonio léxico.
El Atlas léxico o Diccionario ideológico, publicado por la editorial Herder en 2009, contiene más de 200.000 voces clasificadas en unos 1.600 campos semánticos. Las palabras aparecen en listados de términos asociados, afines, vecinos o sinónimos que se prestan a la expresión de una idea. Distingue los usos en función del contexto social (general, coloquial, malsonante, vulgar, ingenio popular y refranes); los dominios geográficos (españo­les y americanos); y la actualidad del término (antiguo, desusado y recién incorporado). Además de permitir la consulta del significado de una palabra añade la posibilidad de buscar una voz que se ajuste al significado que tenemos en mente. Descubrimos así la palabra que supimos y hemos olvidado, la que echamos de menos o la que sospechamos que debe existir. Creo que se distancia de otros diccionarios por el modo práctico en que presenta las palabras y expresiones mediante encabezados, términos guía y breves explicaciones para las voces de uso infrecuente.
La unidad de consulta del diccionario es el campo semántico. Cada uno de ellos va precedido de un número para su fácil clasificación y localización. He aquí uno de ellos:


38.10 falda
ARG, UR Y CHILE pollera, COL chircate, MÉX comité, enagua, EN FILIP patadión
minifalda, maxifalda · pareo (PAÑUELO)
EN LA DANZA CLÁSICA: tutú
CORTA QUE SÓLO CUBRÍA HASTA LAS RODILLAS: tonelete
AJUSTADA Y SOLAPADA POR DELANTE: manteo
TELA QUE CIÑEN LAS INDIAS A LA CINTURA: anaco
EN LAS IMÁGENES DE CRISTO CRUCIFICADO: enagüillas
LOS HOMBRES ESCOCESES: kilt
DESUS halda, brial, guardapiés, tapapiés, trascol, basquiña, saboyana
    falda-pantalón, shorts
BAJO LAS FALDAS: polisón, cancán, refajo, pollera, zagal o zagalejo, gonete, falda bajera, faldellín, rodado, sotaní, bullarengue, guardainfante, medriñaque, miriñaque o meriñaque o crinolina, tontillo o sacristán, verdugado, P VASCO atorra, COL chircate
PARTES DE LA FALDA: tabla, volante, cola, plisado, ARRUGA: pliegue, fuelle, FLECO EN LA PARTE INFERIOR DE LAS ENAGUAS: cucharetero, QUE SE COLOCA COMO ADORNO SOBRE OTRA: sobrefalda, DESUS manera · FALDA RECOGIDA: enfaldo, regazo o DESUS gremio

Imaginemos que no recordamos el nombre de ese hueco que suele hacerse alrededor de los árboles para su riego. La cavidad tiene relación, por su forma, con el espacio, y en ese capítulo se encuentra el epígrafe 17.06 entrante, con el siguiente listado:

hoyo, rehoya o rehoyo, vacío, pozo, foso, fosado, pileta, socavón, bote, cama, cava, cavada, cepa, clota, seno, ÁL, CANTB Y RI torco, EL QUE DEJA UN ANIMAL POR HABER HOZADO: hozadura, DONDE SE OCULTAN LOS CAZADORES A LA ESPERA DE LA CAZA: tollo · PARA JUGAR A LAS CANICAS: gua · AL PIE DE LAS PLANTAS PARA DETENER EL AGUA EN LOS RIEGOS: alcorque O socava
O descalce, EN EL LECHO SECO DE UN RÍO PARA BUSCAR AGUA POTABLE: cacimba


Pero el alcorque es también, y sobre todo, el resultado de una labor agrícola, por eso en 66.13 riego (capítulo dedicado a la agricultura), encontramos la siguiente línea:

huerta, regadío, ribera, vega · HOYO AL PIE DE LAS PLANTAS: socava O alcorque · PAL, CADA UNO DE LOS ESPACIOS EN QUE SE DIVIDE UNA HUERTA PARA SU RIEGO: tablada

En resumidas cuentas, el Covarrubias, el Tesoro del viejo clérigo don Sebastián, abrían el camino. El DRAE, tan criticado como consultado, el Moliner, el Casares, que se inspira en el Roget, el Corripio que no había previsto los cambios sociales, Redes y Práctico, el Diccionario ideológico abre el horizonte de los estudios léxicos. El Seco es la versión española de otros diccionarios de autoridades como el Oxford para el inglés y el Littré para el francés, y también el Panhispánico, que revoluciona los acuerdos y busca la unidad. En esa línea, el Diccionario Ideológico o Atlas léxico viene a ocupar un vacío dentro de ese amplio campo de estudio del léxico de la lengua española.


Bibliografía

Bosque, I., Dir., Diccionario Combinatorio de la lengua española, Redes, Madrid, S.M., 2004
Bosque, I., Dir., Diccionario Práctico Combinatorio de la lengua española, Madrid, S.M, 2006
Casares, J., Diccionario ideológico de la Lengua Española, Barcelona, Gustavo Gili, 1959
Corripio, F., Diccionario de ideas afines, Barcelona: Herder, 1985
Littre, E., Dictionnaire de la langue française. Paris, Librairie Hachette, 1882
Moral, R. del, Diccionario temático del español, Madrid, Verbum, 1999
Moral, R. del, Diccionario ideológico. Atlas léxico de la lengua española. Barcelona, Herder, 2009


Moliner, M., Diccionario de uso de la lengua española, Madrid, Gredos, 1966-67
Pêchoin, D. (coord.), Thesaurus. Des idées aux mots, des mots aux idées. París, Larousse, 1991
Porto Dapena, J. A., Manual de técnica lexicográfica, Madrid, Arco libros, 2002
RAE,  Diccionario de la lengua española, Madrid, Espasa, 2003
RAE, Diccionario Panhispánico de Dudas, Madrid, Santillana, 2005
Roget, P.M., Roget’s Thesaurus of english Word and Phrases, Londres, 1852
Seco, M., Andrés, O., Ramos, G.., Diccionario del español actual, Madrid, Aguilar, 1999
McArthur, T., Longman Lexicon of Contemporary English, Londres, Longman, 1981
VV.AA., Diccionario Clave de la Lengua Española, Madrid, SM, 2004



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