La valla más grande de la
historia la construyeron los chinos. Y es que daban una lata los vecinos,
bárbaros incontrolados, que se dijeron, venga, que no pase nadie más… Y les
salió una de las siete maravillas del mundo. No era una idea nueva, que de eso
ya sabían los hombres desde las primeras ciudades. Siete
metros de alto, cinco de ancho y veintidós mil kilómetros de largo… Y para que fuera
resistente, la piedra. ¡Qué brutos…! Qué desconsideración hacia los humanos que
no estaban dentro… ¿Y qué hizo Adriano? Otra valla en piedra para que los
celtas dejaran de importunar al Imperio. Mucho más cortita, de solo ciento
diecisiete kilómetros con cuatro metros de ancho y cinco de alto. Y no se la
saltaba un gitano. Y los soviéticos del este alzaron en cemento cuarenta y
cinco kilómetros de muro en Berlín, para de la contaminación fascista. Y
las vallas, trincheras y muros de hasta
ocho metros entre Palestina e Israel aún
están en construcción. Y algunos catalanes estarían dispuestos a destruir el
bienestar, para construir otro con una valla que los separe de la peste de la
otra España.
Las de Ceuta y Melilla, tan artificiales como el resto de las fronteras del mundo, de
ocho y doce kilómetros respectivamente, son límite, sin racionalidad alguna, de
Europa y África. A ver quién lo entiende. Ciudades africanas son europeas, y enclaves
españoles son ingleses, y territorios como Andorra son, sin necesidad de valla,
independientes porque les viene que ni de perlas a los rateros de guante blanco
para que nadie les tosa. Y vienen los bien-pensantes y la arman porque unos
subsaharianos han tocado o no la raya, y los han devuelto. Como en el juego de
la oca. Del laberinto al treinta. La razón de la sinrazón.
Nadie elige el lugar de origen. Somos noruegos, marroquíes o
malayos porque nos toca. Las fronteras ya están trazadas cuando abrimos los
ojos, y luego los políticos esquilman nuestros bienes y nos dan un champú
diario en el cerebro y un pinchazo en
vena para infiltrar la nacionalidad andaluza o la vasca. Ser canadiense o
francés es una garantía de futuro. Miles de madres andaluzas o extremeñas
desearían que sus hijos hicieran carrera en Inglaterra o en Estados Unidos para
garantizar su futuro, pero están mejor preparados para ser inútiles
desempleados con carrera en Sevilla o Badajoz. Ser noruego antes de la riqueza
petrolífera, un desastre, después un bien inestimable. Vivir del turismo en
Canarias, un enorme bien para los de arriba. Enriquecer las islas con el
petróleo, una catástrofe ecológica. Ser subsahariano o pakistaní, un miserable
destino. Pero si nace subsahariano y logra atravesar el desierto, instalarse en
Marruecos y encaramarse a la valla de Melilla, se gana el beneplácito de los
sabios o los listillos, que viene a ser lo mismo, aunque los listillos no
tengan más solución que la de la misericordia. Los que nos llegan por la valla
son los machos alfa, los que tienen agallas, los viejos, mujeres y niños se
quedan y si mueren asfixiado por dictadores centroafricanos parece importar
mucho menos. Las muertes en África no salen en los periódicos, los heridos en
la ciudades africanas de Ceuta y Melilla, sí… Qjuien nace en la Bielorrusia, no
tiene derecho a salir porque les ha tocado al último dictador de Europa y ha
cerrado las fronteras. Ni siquiera por Polonia, que está al lado, puede darse
un paseo. Prohibido abandonar el país. Algunos consiguen escaparse, pero a qué
precio… Y tampoco a millones de rusos asiáticos a quienes les encantaría
instalarse en Europa. ¡Qué desastre hemos creado los hombres. No me creo que no
sea posible borrar todas las murallas, vallas, muros, muretes y líneas para que
toda persona pueda instalarse allí donde desee, que cada familia se instale
allí donde crea que sus hijos tienen más despejado el futuro. La decisión ha de
ser global, inequívoca, uniforme, libre
y universal, aunque se inicie con decisiones unilaterales de los países. Y
dejémonos de oír a tiquismiquis que piensan que su pensamiento es el mejor del
mundo y hay que ir de oca a oca y tiro porque me toca.
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