Tienen los emprendedores como pareja a la frustración. Las iniciativas
no están exentas de fracasos, de infortunios, de reveses, de desengaños. Si no
fuera porque al hombre lo acompaña un espíritu emprendedor no habríamos
inventado la agricultura hace diez mil años, ni la domesticación de animales
hace siete mil, ni la escritura hace cinco mil, ni la poesía, ni descubierto la
esfera terrestre, ni el almacenamiento de la música, ni el teléfono móvil… Lo
que no anota la historia ¡mecachis…! son los fracasos. El
de Adán y Eva nos lo han restregado y repetido para que se enteren hasta en el
infierno. Al pobre Noé, que salvó a la especie humana, sus hijos le salieron
rana. Moisés tenía la cabeza llena de ideas, pero caramba, lo de recoger a los
esclavos israelitas y retirarlos del yugo de los faraones se le dio bien, pero
los tuvo cuarenta años de viaje, que tampoco es que se supiera muy bien el
camino. Así que Dios no lo dejó entrar en la tierra prometida, que resultó seca
y con un pobre río. Y encima volvieron a enemistarse con los romanos, se
irritaron y se marcharon, pero esta vez desperdigados y sin líder. Y todavía no
han escapado a la maldición… Alejandro Magno conquistó el mundo conocido hasta
entonces en un dos por tres, y cuando era dueño de todo, se le cruzaron los
cables, dio un mal paso y desapareció. ¡Menudo éxito…! Los esfuerzos de Colón por
conseguir que alguien le prestara unos cayucos mejorados para ir a la India por
un atajo, se vieron frustrados unos años después cuando murió sin saber que
solo había hecho la mitad del camino, y que se había dado de bruces con un
pedazo de continente que había de albergar al imperio USA. A Cervantes no le
dio tiempo de gozar del éxito de El Quijote,
murió un año después de publicar la segunda parte sin saber que él era Cervantes.
Los clonadores de la oveja Dolly, emprendedores de paciencia infinita, lo
intentaron doscientas setenta y siete veces antes de acertar, que eso sí que es
arrojo. Y el actor Robin Willian, aplastado por tantos éxitos y olvidado del
mundo, debió decirse: Mira tío, para vivir
así, mejor nos quitamos de en medio… Otra vida frustrada. Y luego se encuentra un
tío joven con cinco diputados europeos solo porque lo invitaron un día a la
tele y gustaba oír esa voz armoniosa y sugestiva que predica un bienestar
propio del reino de los cielos.
Y tanto han espabilado los inventores que hay
por ahí países con arsenales nucleares capaces de hacer añicos varias veces al
planeta. El número de estados mentales
posibles en cada cerebro podría ser el responsable de la improvisación, del
agobio, de la precipitación y de la catástrofe. La explosión acabaría con los emprendedores,
con los pusilánimes y con la mayoría silenciosa. Nos cuesta entender que el
fracaso es tan normal como el éxito, de la misma manera que es tan natural
nacer como morir porque lo uno implica lo otro.
Quiso un amigo emprendedor coleccionar palabras y colocarlas en orden
según los significados, desde las que designan existencia hasta las que dan nombre
a los diferentes juegos, y así hasta mil seiscientas colecciones de unos centenares
de voces cada una. Y le dijimos… Hombreee…
y él: Es que no hay ninguno… Y
nosotros: Ya… pero… Y él: Es
que no hay ninguno… Y se encerró con un montón de diccionarios en una casa
medio aislada cerca de Madrid y lo construyó. Lo llamó Diccionario Ideológico. Atlas
léxico de la lengua española. No le faltó una editorial despistada que lo
publicara. Y ahora ya sabe por qué no había ningún diccionario de ese tipo.
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