Conferencia
del congreso de la Asociación
Europea de
Profesores de
Español
en
AVILA
BREVÍSIMO
APUNTE SOBRE
EL
AMBILINGÜISMO
Y
LAS
LENGUAS CONDICIONADAS
Rafael del
Moral
L
|
as lenguas son
instrumentos de comunicación que se sirven de los órganos articulatorios (cavidad
bucal, labios, lengua… ) para producir
sonidos; del oído para recogerlos, y del cerebro para interpretarlos. Las
lenguas se reciben con el patrimonio de la herencia genética. Son un legado
social, natural e innato. Si los progenitores pertenecen a dos lenguas, los
descendientes aprenden ambas, e imitan modos, movimientos, formas… Si el recién
llegado al mundo necesita alguna lengua más, la aprende sin esfuerzo, tantas
cuantas sean precisas. Las lenguas son tan
naturales en el aprendizaje como necesarias en el uso. La quiebra de alguno de estos dos principios, afecta al acomodo personal de
la lengua.
Las lenguas aprendidas en los centros
de enseñanza ni son naturales ni son, en teoría, necesarias, al menos de manera absoluta. Ni tampoco es natural, ni
útil, dedicar solo dos o tres horas a la semana.
El mejor aprendizaje de lenguas, no
cabe duda, es el recibido en la herencia familiar. En ese legado resulta tan
llano como suave asimilar el chino, el polaco,
el araucano, el navajo o el suajili. Ninguna
dificultad.
A los dos años, a los tres, los órganos
articulatorios reproducen con exactitud lo que recoge el oído. Esta habilidad
congénita, esa destreza para la repetición, esa extraordinaria capacidad para
trasladar con precisión los sonidos percibidos a los órganos articulatorios, se
muestra perezosa con la edad, huidiza, confusa y torpe. A los cinco años es
mimética. El aprendizaje se desliza sin obstáculos,
fluye, se ensancha y se desarrolla como el crecimiento de una planta, como la
evolución de un amanecer. Hasta los quince se conserva en buen estado. A
los veinticuatro, según estudios científicos, ya ha desaparecido, o está a
punto de hacerlo. Pasada esta edad, la capacidad auditiva, la habilidad
espontánea, la destreza para la identificación acústica va cristalizando, y es sustituida por el acento, el deje, la
pronunciación errada y la dificultad para trasladar
mecánicamente lo que oye el oído a una articulación que lo imite. La
naturaleza no considera necesario prolongarla. El hablante puede desear
aprender otra lengua, y también intentarlo, pero dos exigencias lo condicionan:
la espontaneidad biológica y la fineza auditiva. Los veinticuatro años son el límite. Se pueden estudiar
lenguas a partir de esta edad, claro que sí, sobre todo con la intención de
entenderlas, de leerlas, y mucho menos de desarrollar la capacidad auditiva o
locutora. Sin naturalidad no se aprenden bien; sin necesidad cuesta retener los
códigos lingüísticos; sin uso, el aprendizaje
languidece en pocos días y pronto se esfuma.
La memoria, todos lo sabemos, no está
preparada para retener lo innecesario.
Con estos dos principios, naturalidad o
espontaneidad por una parte y obligación o
necesidad por otra, el aprendizaje real de una
lengua queda restringido a la herencia familiar o geopolítica.
Así observadas, las lenguas son
instrumentos íntimamente ligados al individuo, dimensiones de su propia identidad,
aspectos de su personalidad.
Hasta tres tipos de hablantes distingo
según los instrumentos de comunicación que necesitan para cubrir sus necesidades:
los monolingües, los ambilingües y los plurilingües.
El hablante
monolingüe solo habla y entiende una lengua,
la propia, la materna. Casi todas las lenguas del mundo cuentan, en mayor o
menor medida, con hablantes monolingües. Los
más monolingües del planeta son los anglófonos. Reciben el inglés en el legado
genético y se sirven de él para todas las necesidades comunicativas, incluidas
las culturales y las vecinales. No echan de menos conocer otra lengua porque
son pocas las veces que se topan con la necesidad. Lo frecuente es que sean los
otros los que se expresen o intenten hacerlo en
la lengua del hablante monolingüe. También son o pueden serlo quienes reciben al francés en el
seno familiar, o el italiano, o el ruso, o el chino. Menos posibilidades de monolingüismo
tienen los hablantes de danés, o de noruego. Y ninguna los hablantes de lenguas
como el suletino o el labortano, variedades vascas en el sur de Francia. No
pueden contar con hablantes monolingües, es decir, con
habitantes que hablen solo suletino o solo labortano; y si los hubiere, se encontrarían impedidos en sus
necesidades comunicativas.
El hablante
ambilingüe necesita
dos lenguas para cubrir sus necesidades, y usar ambas con igual destreza. El
usuario ambilingüe maneja una lengua familiar y otra geopolítica. A la materna
añade la de la calle, la social, como
instrumento imprescindible para el desarrollo cultural. Ambas son necesarias en
los usos cotidianos. Los hablantes
ambilingües son muy frecuentes en todo
el planeta. Solo en Europa los encontramos en unas cuarenta comunidades. En España son ambilingües
los hispano-gallegos, los hispano-asturianos, los hispano-vascos, los
hispano-catalanes y los hispano-valencianos, pero no todos. Muchos de ellos son
monolingües en español, y con mucha menos frecuencia, en gallego, asturiano, vasco,
catalán o valenciano. En Francia al menos cinco comunidades ambilingües, entre
ellas los franco-catalanes, los franco-bretones, los franco-alsacianos, los
franco-provenzales; en Italia unas diez, al igual que en Rusia.
Otro caso de hablante ambilingüe es el
que recibe dos lenguas en el seno familiar, una de cada progenitor.
El hablante
plurilingüe necesita
varias lenguas para satisfacer sus necesidades comunicativas. En África central
los hablantes utilizan con naturalidad y sin esfuerzo específico la lengua de
la tribu, la de la ciudad, la geopolítica y, si viene al caso, la comercial.
Sus tres o cuatro instrumentos de comunicación son necesarios en el desarrollo
de la vida diaria, y utilizados sin escrúpulos, sin esa continua revisión que
hacemos los europeos en cuanto nos distanciamos de las normas académicas. Como
instrumentos de comunicación son eficaces, sin más remilgos, en la medida en
que sirven para el entendimiento.
Les recordaré a muchos de los que oyen
esta conferencia, porque lo vivimos juntos, que nos
encontramos con un ejemplo de hablantes plurilingües en nuestro coloquio
de Taskent. Allí, los ciudadanos uzbecos
de Samarcanda hablan tayico como lengua materna, uzbeco como lengua nacional y
ruso para la ampliación cultural. Las
tres se instalan en los maracandeses antes de los siete años, sin esfuerzo, sin
clases, sin gramática y sin más método que oír-repetir.
Monolingües, ambilingües y plurilingües
disponen de sus lenguas con gran naturalidad. Los hablantes de sueco son
ambilingües con el inglés porque es el instrumento que usan en la transmisión
cultural universitaria. Los hijos del antiguo presidente de la Generalitat de
Cataluña, José Montilla, natural de Córdoba, son
ambilingües con el alemán porque al castellano hablado en familia añadieron la
lengua en que hicieron sus estudios en la propia Barcelona, en el Liceo Alemán.
Los hijos de un matrimonio entre española y holandés son ambilingües, pero si
viven en Londres han de ser plurilingües.
En cualquier caso los aprendizajes son tan automáticos como útiles.
Cuando el aprendizaje de una lengua se
realiza mediante un esfuerzo que exige horas de clases, memorización, conversaciones
artificiales y otras prácticas y esas lenguas carecen de interés y de
objetivos, ya no hablamos de naturalidad, sino de trabajo, de desvelos, de
impulsos. Un método de aprendizaje, el Assimil, titula su colección con una
coletilla: sin esfuerzo. Polski bez trudu: polaco sin esfuerzo…
¿A quién pretenden engañar? Es imposible aprender una lengua sin esfuerzo fuera
del ámbito de las naturalmente necesarias. A quienes añaden una lengua a la
propia mediante el esforzado aprendizaje escolar los llamamos bilingües; y si añaden más de
una políglotas. Este
añadido no cuenta ni con la naturalidad necesaria, pues la lengua se aprende
mediante artificios, ni con la necesidad, pues suelen imponerse o elegirse sin
planificación y como materia obligatoria.
Hasta aquí un breve apunte sobre la
condición sociolingüística de los hablantes.
Observemos ahora la misma realidad según la condición de las lenguas, su desarrollo, su
necesario contacto con otras. Distinguimos con este punto de vista dos tipos, las independientes y las condicionadas.
Son lenguas independientes aquellas que frecuentan el monolingüismo, es
decir, las que pertenecen a hablantes esencialmente monolingües.
Son lenguas condicionadas aquellas que
aparecen únicamente en hablantes ambilingües o plurilingües.
Decíamos que los anglófonos son
mayoritariamente monolingües, pero también los hispanófonos y los francófonos.
Podemos decir que el inglés, el español y el francés son lenguas
autosuficientes o lenguas que en boca de hablantes monolingües sirven para
todas las necesidades comunicativas. Las llamaremos lenguas independientes.
Nos reprochan con frecuencia a los
españoles no conocer más lengua que la nuestra. ¿Por qué no conocemos otras o
las conocemos poco, o no terminamos nunca de aprenderlas? La respuesta es
sencilla. Porque no las necesitamos. Por eso hacemos chistes acerca del conocimiento
de lenguas extranjeras. Los españoles tenemos en inglés un nivel intermedio que
dura toda la vida. Incluso quienes hacen un curso intensivo en países
anglófonos acaban con el nivel intermedio, el B1 o el B2 según las discutidas
normas del marco común europeo. Esa es exactamente la necesidad de
conocimientos que necesitamos los hablantes de español. Disponemos de una
lengua que satisface ampliamente nuestras necesidades y no necesitamos otra. A un amigo mío que trabajaba en una multinacional le pregunté
por las actividades que tenía la intención de desarrollar ahora que iba a
jubilarse, y me contestó: ¿quieres que te
diga lo mejor? Al fin voy a dejar de estudiar inglés.
Hay lenguas exclusivamente frecuentadas
por hablantes ambilingües como el catalán, el alsaciano, el tártaro, o el calabrés.
Las llamaremos lenguas condicionadas porque no cuentan con
hablantes monolingües, y si aparece alguno, debemos considerarlo una excepción.
Doblemente condicionadas están otras que dependen de dos más como el aranés del
Valle de Arán, en medio del dominio del catalán, lengua autonómica, y del
castellano, lengua nacional.
Los vendedores centroafricanos de bolsos y baratijas en las
playas conocen tres o cuatro lenguas además de chapurrear castellano. Son las
de sus tribus, de sus ciudades y las de desarrollo cultural, generalmente el
francés o el inglés. No solemos concederles un especial privilegio cultural por
su calidad de plurilingües. En su patrimonio, casi siempre un conocimiento de
una lengua africana comercial, el suajili, que cuenta con muy pocos hablantes
de lengua materna, tal vez unos cuatro millones, y muchos más, hasta sesenta o
setenta, la utilizan como tercera o cuarta
lengua para las transacciones mercantiles.
Hasta aquí una breve la categorización social de las lenguas.
¿Y qué hacemos con las estudiadas por
obligación? ¿Y qué con las que anhelamos aprender? ¿Cuáles elegimos cuando los
planes de estudio nos obligan a hacerlo?
Revisemos algunas creencias aún a
riesgo de herir ideas arraigadas.
No parece eficaz, aunque se mantenga, ese
tipo de enseñanza de tres o cuatro horas semanales que cuentan exclusivamente
con la motivación del aprobado. Ni se aprenden las lenguas en su forma natural
ni se estudia lo que se necesita. Para muchos escolares las clases y exámenes
de lengua extranjera no son más que una traba inútil en su currículo. Me gusta
interrogar a estudiantes franceses o españoles por la lengua extranjera
aprendida al final de sus estudios de bachillerato. ¡Lástima de tiempo
malgastado…!
Lo que parece del todo inadecuado es la
imposición de las lenguas. Ningún estado tiene potestad, y esto es un principio
elemental, para imponerlas. Cuando lo ha hecho, ha fracasado.
Los que suelen hacer los gobernantes con sentido común es elegir como oficial
la lengua más extendida entre los administrados, que es la herramienta más útil
para entenderse. Pero hay gobernantes, lo sabemos, que prefieren el odio a la
utilidad, y se instalan en la lengua menos práctica. Desde la revolución
francesa un criterio unificador pretendía acabar con las lenguas regionales. En
algunos colegios de Bretaña había, según parece, carteles que decían: Prohibido escupir y hablar Bretón. No
sirvió. Tampoco sirven las consignas que en Cataluña prohíben a los estudiantes
más jóvenes hablar castellano en el recreo. Es sabido que en cuanto atraviesan
la adolescencia el español se instala entre ellos como lengua habitual.
La vida de las lenguas se nutre en las
familias. Un reciente censo sobre el uso del vasco amplía su número de hablantes,
pero disminuye el porcentaje de familias que lo transmiten. Era de
aproximadamente el veinte por ciento de la población
hace unos treinta años, y ha pasado al
diecinueve. Las posibilidades de sobrevivir han disminuido porcentualmente en
un punto. El inflamiento de vascófonos es tan artificial que el menor descuido
en las inversiones públicas la haría reconducirse a los cauces naturales de su
desarrollo.
Pero busquemos respuesta a las
preguntas fundamentales: ¿Qué lengua debo estudiar? ¿Cuándo debo aprenderla?
¿Cómo mantenerla viva?
La respuesta es sencilla. Debemos
estudiar las lenguas que necesitamos. El inglés está en la cumbre, pero ¿nos sirve realmente para algo importante? Siempre viene
bien, claro que sí... pero… ¿Nos saca realmente de algún asunto serio? ¿En
algún momento de nuestra vida se presenta como imprescindible? Que nadie me
diga que una vez fue a Turquía y podía haber preguntado en inglés el precio de
un sombrero. Algunos programas informáticos
están cerca de conseguir excelentes traducciones inmediatas del inglés
al español. Y viceversa.
Tampoco parece aconsejable el exotismo.
Hay padres que tienen
a bien añadir el chino en la formación de sus hijos con métodos artificiales y
objetivos sin definir, solo porque es la
lengua más hablada del planeta. Conocer
un poco de una lengua no es conocer la cultura de un pueblo. Se aprendería
mucho más en un viaje, por ejemplo, que en la memorización inmotivada de signos
y códigos.
El único periodo de la vida de un
individuo dedicado al aprendizaje de las lenguas es, como hemos dicho, el que
no supera los veinticuatro años, salvo honradas excepciones, claro está,
especialmente las condicionadas por la necesidad. Una persona alcanza su punto
máximo en términos de desarrollo motor y cognitivo a esa edad, después comienza
un declive donde muchas otras destrezas básicas decaen, aunque otras crecen,
como por ejemplo la capacidad de desenvolvernos con más eficacia.
El procedimiento aconsejable para el
aprendizaje de las lenguas es, como hemos visto, el natural, quiero decir sin
gramática, y con objetivo definido.
Una lengua está viva cuando se
alimenta. Si no la nutrimos, si no la utilizamos, languidece, por muy bien que
la hayamos aprendido. Sabemos que es importante saber inglés, pero ¿cuántas
veces lo necesitamos en nuestra vida diaria aparte de algunas expresiones
aisladas? Los hispanófonos, y esto parece evidente, no sabemos más inglés
porque no lo necesitamos. Disponemos de una herramienta de comunicación
independiente de la que nos servimos para todas las necesidades de la vida
corriente sin excepción. No sería exagerado pedir a nuestros políticos que
decidieran de una vez por todas utilizar el español y solo el español en sus intervenciones internacionales,
incluso cuando creen tener conocimientos más o menos vivos de inglés. El uso y
estudio del español está suficientemente universalizado para evitar el ridículo
de nuestros respresentantes en el extranjero.
Es verdad que siempre tuvo la humanidad
una lengua de referencia. Si el griego y el latín, y antes el fenicio, fueron
las lenguas del Mediterráneo, se instaló más tarde el árabe, y el español,
seguido del francés, hasta que el inglés empezó a inundar el planeta y subir
como las mareas.
En ese panorama indiscutible, tampoco
se discute que el español es una de las
lenguas más importantes del mundo y de la historia; una herramienta habilitada
para ser usada sin complejos en todo momento y en todo lugar. Todas las lenguas
merecen el mismo respeto, es verdad, pero la nuestra, además, posee tres características
que la singularizan:
La primera es que se trata de una
lengua cuyos hablantes pueden mantenerse cabalmente en el monolingüismo, y de
esas hay pocas.
La segunda, que se trata de una lengua
independiente, no condicionada, salvo los hablantes de español como lengua
materna en Estados Unidos, que necesitan ser ambilingües con el inglés.
Y la tercera que es una lengua
presentable cuya articulación y ritmo no sorprende a nadie.
Es mucha lengua el español, y es bueno
que quienes la conocemos sepamos apreciarla con orgullo y confianza.
BIBLIOGRAFÍA
Bernárdez,
Enrique. ¿Qué son las lenguas? Madrid: Alianza, 2004.
Calvet,
Louis-Jean. Le marché aux langues. Les effets
linguistiques de la mondialisation, Paris:
Plons, 2002.
Cavalli-Sforza,
Luca. Genes, pueblos y lenguas. Barcelona: Critica, 2004.
Del
Moral, Rafael. Diccionario de las lenguas
del mundo. Madrid: Espasa, 2002.
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Historia de las lenguas hispánicas
contada para incrédulos. Barcelona: Ediciones B, 2009.
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Breve historia de las lenguas.
Barcelona: Castalia, 2014.
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