viernes, 3 de octubre de 2014

EL EXTERMINIO DE LA CORRUPCIÓN

Vamos a contar mentiras. Digamos que queremos manipular el genoma humano en busca de la igualdad y en contra del choriceo de los políticos. Podríamos hacer algo parecido a lo que la naturaleza atribuye a la abeja colmenera: la categoría de obrera garantiza la homogeneidad de derechos y deberes. Ninguna envidia a los zánganos; ninguna justicia interviene cuando la reina más fuerte se adueña de su función reproductora única después de exterminar a las otras candidatas. Corrupción imposible. Ningún resquicio a la trampa. Todo se aloja en los genes. Ahora que sabemos manipularlos, podrían los científicos alterarlos de tal suerte que las siguientes generaciones, pues la nuestra ya no tiene remedio, produzcan individuos altos y fuertes, bellos y seductores, ágiles y astutos, dotados de voz armoniosa, de personalidad sin vicio, de memoria infalible, de carácter estable, de moral impoluta, y de ambición en grado cero. Como las hormigas. Abnegados y virtuosos. Quedaría así el género humano privado de depresiones, de sentimientos de soledad, de excesos de locura, de insomnios, de angustias, de tristezas, de tormentos ante la elección moral o ética, y también de alegrías, de sorpresas, de placeres, de recompensas; y ajenos a las pasiones, a la belleza, al amor, a los dioses, a la poesía, a los peligros, a los éxitos, al bien y al mal, al encanto de las cosas, al placer de pecar… Yo no sé si desearles un mundo así a biznietos y tataranietos… A lo mejor tendrían que reivindicar el derecho a la desdicha como dice la letra de la sevillana: Si me enamoro algún día me desenamoraré, para tener la alegría de enamorarme otra vez.
La ciencia, el desarrollo, no exime del mal. El gas de efecto invernadero calienta el planeta, hemos roto la capa de ozono, una demografía galopante agota los recursos,  desaparecen los bosques y las especies animales, ganan terreno los desiertos, la atmósfera se enrarece, aumenta la basura radioactiva, detritus humanos inundan los océanos y, lo más grave, lo que más deja al descubierto la  miseria humana: no deja de agrandarse la fosa que separa a ricos de pobres. Los veinte países desarrollados superan unas cuarenta veces a los veinte que conviven con la miseria. El cinco por ciento de la población mundial está formada por americanos del norte que consumen más del veinte por ciento de los recursos humanos.  Si quisiéramos elevar el nivel de vida del mundo entero hasta el de los países occidentales necesitaríamos tres planetas más como la tierra para abastecer la demanda. Este formidable desequilibrio entre los desheredados y los otros abona las tensiones. Abandonados a su suerte en la carrera de la modernidad, ajenos a sus beneficios materiales, asumen, en mayor medida que los ricos, las consecuencias de la degradación del medio ambiente, de la polución y, muy especialmente, de la corrupción política. Por eso radicalizan sus votos cuando es posible votar, o sus deseos cuando disponen de un arma; por eso provocan que chirríe una sociedad podrida, y alimentan la hierba que siembran ideales torpes en busca de una ruptura sin miramientos a ver qué pasa, aunque lo que pase sea peor que lo que ya está pasando.


Si queremos evitar ese quebrantamiento permanente de las formas, ese descontento de los agraviados, habría que modificar nuestras conciencias, o nuestro genoma, en busca de una sociedad justa. Pero encontramos, por el otro lado, una excepcional pérdida que Machado evocaba así: Hijo, para descansar, es necesario dormir,  no pensar, no sentir, no soñar… Madre, para descansar, morir. También se podrían modificar las leyes para que ningún político, como en la violencia de género con el varón agresivo, pueda acercarse a cien metros del billete de quinientos euros. Por el mar corren las liebres por el monte las sardinas.

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